sábado, 18 de abril de 2009

LOS PRIMEROS SANTOS MARTIRES DE LA IGLESIA ROMANA

En el siglo I se contaban por centenares a los convertidos a la fe cristiana que fueron martirizados por no negar a Cristo, único Dios verdadero. En esta fecha se conmemoran todos aquellos mártires anónimos durante las encarnizadas persecuciones, así como el compromiso de todo cristiano que debe permanecer a la escucha de la Palabra y estar dispuesto hasta al sacrificio antes de negar a su Creador.

30 DE JUNIO
LOS PRIMEROS SANTOS MARTIRES DE LA IGLESIA ROMANA
Esta celebración, introducida por el nuevo calendario romano universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64.
Quien se convertía era plenamente consciente de que el cristianismo suponía una opción radical que implicaba la búsqueda de la santidad y la profesión de la fe, llegando, si fuera necesario, a la entrega de la propia vida.
El martirio era considerado entre los fieles un privilegio y una gracia de Dios: una posibilidad de identificarse plenamente con Cristo en el momento de la muerte.

Junto a esto, la conciencia de la propia debilidad les llevaba a implorar la ayuda del Señor para saber abrazarlo, si se presentaba la ocasión, y a venerar como modelos a los que habían alcanzado la palma del martirio.

En el año 64 un incendio devastó 10 de los 14 barrios de Roma. El emperador Nerón, acusado por el pueblo de ser el autor del mismo, echó la culpa a los cristianos. Empieza la primera gran persecución que durará hasta el 68 y verá perecer entre otros a los apóstoles Pedro y Pablo.
¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales, a los que el pueblo llamaba cristianos”.
En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad hebrea, vivía la pequeña y pacífica comunidad de los cristianos. De ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón, condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían hecho a él mismo.
Por lo demás, las ideas que profesaban los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos celosos y vengativos... “Los paganos—recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.
Nerón tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo interés del imperio.
Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror en el mismo pueblo romano.
“Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó un sentimiento de piedad, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo”, Nerón.
Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de los gentiles, San Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y enterrado en la vía Ostiense.
Después de la fiesta de los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar especial en la liturgia.

SAN FRANCISCO DE ASIS


SAN FRANCISCO DE ASIS
(1182-1226)

Giovanni Francesco Bernardone nació en Asís (Italia) en 1182, en el seno de una acaudalada familia. Durante su juventud llevó una vida mundana y despreocupada, su padre tenía uno de los mejores almacenes de telas en la ciudad y al muchacho le sobraba el dinero. Los negocios y el estudio no le llamaban la atención. Pero tenía la cualidad de no negar un favor o una ayuda a un pobre siempre que pudiera hacerlo.

Tenía veinte años cuando hubo una guerra entre Asís y la ciudad de Perugia. Francisco salió a combatir por su ciudad, y cayó prisionero de los enemigos. La prisión duró un año, tiempo que él aprovechó para meditar y pensar seriamente en la vida.

Al salir de la prisión se incorporó otra vez en el ejército. Se compró una armadura sumamente elegante y el mejor caballo que encontró. Pero por el camino se le presentó un pobre militar que no tenía con qué comprar armadura ni caballería y Francisco, conmovido, cambió su rico vestido por los del caballero pobre. Esa noche en sueños vio que le presentaban en cambio de lo que había obsequiado, unas armaduras mejores para enfrentarse a los enemigos del espíritu.

Francisco no llegó al campo de batalla porque enfermó y en plena enfermedad oyó una voz celestial que le exhortaba a "servir al amo y no al siervo". Entonces vuelve a su ciudad y al principio continúa viviendo de la misma forma, pero tomándolo todo menos a la ligera, esto no pasó desapercibido por sus conocidos y al verle distinto decían que era porque estaba enamorado, el contestaba: “Sí, voy a casarme con la más bella y más noble de todas”, Francisco ya sentía que se estaba enamorando de la pobreza, por lo cuál iba creciendo en el la necesidad de desprenderse de todos sus bienes y darlos a los pobres.

Mientras Francisco tanteaba fervorosamente la voluntad de Dios, cierto día se encontró por el campo a un leproso lleno de llagas cuya vista le provocó horror. Pero, recordando que para ser caballero de Cristo debía, ante todo, vencerse a sí mismo, se acercó al leproso y le besó las llagas. Desde aquel día empezó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres. Y les regalaba cuanto llevaba consigo.
Un día al pasear junto a la iglesia de San Damián, que amenazaba ruina, entró en ella movido por el Espíritu, a hacer oración; y mientras oraba postrado ante la imagen del Crucificado y con los ojos arrasados en lágrimas, escuchó una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces: «¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está a punto de arruinarse toda ella!» Él creyó que Jesús le mandaba arreglar las paredes físicas de la iglesia, así que fue a su casa, vendió su caballo y una buena cantidad de telas del almacén de su padre y le trajo el dinero al Padre Capellán de San Damián, pidiéndole que lo dejara quedarse allí ayudándole a reparar la iglesia.

El sacerdote le dijo que aceptaba que se quedara allí, pero el dinero no lo aceptó, pues temía la dura reacción que tendría el padre de Francisco. Nuestro santo dejó el dinero en una ventana, y al saber que su padre enfurecido venía a castigarlo, se escondió prudentemente.

Al cabo de algunos días pasados en oración y ayuno, Francisco volvió a entrar en la población. Pedro Bernardone, muy desconcertado por la conducta de su hijo, le condujo a su casa, le golpeó furiosamente, le puso grillos en los pies y le encerró en una habitación, Francisco tenía entonces 25 años. Su madre se encargó de ponerle en libertad cuando su marido se hallaba ausente y el joven retornó a San Damián.

Pedro Bernardone demandó a su hijo Francisco ante el obispo, lo desheredó y le exigió que devolviera el dinero de las telas que había vendido. Cuando recuperó su padre dicho dinero, Francisco también le entregó su camisa, su saco y su manto, diciéndole: "hasta ahora he sido el hijo de Pedro Bernardote, de hoy en adelante podré decir: Padre nuestro que estás en los cielos".

El obispo regaló a Francisco un viejo vestido de labrador, que pertenecía a uno de sus siervos. Francisco recibió la limosna con gran agradecimiento, trazó la señal de la cruz sobre el vestido con un trozo de tiza y se lo puso. Ese será después el hábito de sus religiosos, el vestido de un campesino pobre.

Se fue por los campos orando y cantando. Unos bandoleros lo encontraron y le dijeron: "¿Usted quién es? – Él respondió: - Yo soy el heraldo del Gran Rey". Los otros no entendieron qué les quería decir con esto y le dieron una paliza. Él prosiguió después lo mismo de contento, cantando y alabando a Dios.

Después volvió a Asís a dedicarse a levantar y reconstruir la iglesita de San Damián y para ello empezó a recorrer las calles pidiendo limosna. La gente que antes lo había visto rico y elegante y ahora lo encontraba pidiendo limosna y vestido tan pobremente, se burlaba de él. Pero consiguió con qué reconstruir el pequeño templo. Francisco también emprendió un trabajo semejante con la antigua iglesia de San Pedro y después llegó a una capillita erigida en honor de Nuestra Señora de los Ángeles, los lugareños la conocían como Porciúncula, se encontraba en una llanura como a 4 km de Asís, abandonada y casi en ruinas, a Francisco le agradó la tranquilidad del lugar, la reparó y fijó en ella su residencia.

Finalmente el cielo le mostró lo que esperaba de él, el día de la fiesta de San Matías del año 1209, fue por medio del evangelio de ese día que dice así: "Vayan a proclamar que el Reino de los cielos está cerca. No lleven dinero ni sandalias, ni doble vestido para cambiarse. Gratis han recibido, den también gratuitamente". Francisco tomó esto a la letra y se propuso dedicarse al apostolado, pero en medio de la pobreza más estricta.

Cuenta San Buenaventura que se encontró con el santo un hombre a quien un cáncer le había desfigurado horriblemente la cara, intentó arrodillarse a sus pies, pero Francisco se lo impidió, le dio un beso en la cara y el enfermo quedó instantáneamente curado. La gente decía: "No se sabe qué admirar más, si el beso o el milagro".

El primero que se le unió en su vida de apostolado fue Bernardo de Quintavalle, rico comerciante de Asís que invitaba con frecuencia a Francisco a su casa, donde tuvo oportunidad de darse cuenta que el santo empleaba muchas horas de la noche en oración, así que vende todos sus bienes, dándole todo a los pobres y le pide a Francisco que lo admita como su discípulo, El segundo compañero fue Pedro de Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís. El tercero, fue Fray Gil, célebre por su sencillez.

Cuando ya Francisco tenía 12 compañeros escribió con palabras sencillas una pequeña forma de vida o regla, en la que puso como fundamento inquebrantable la observancia del santo Evangelio, e insertó otras pocas cosas que parecían necesarias para un modo uniforme de vida y se fueron a Roma a pedirle al Papa que aprobara su comunidad. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba.

En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza, pero al fin un cardenal dijo: "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el evangelio". Al oír tales consideraciones, volvióse al pobre de Cristo el sucesor del apóstol Pedro y le dijo: «Ruega, hijo, a Cristo que por tu medio nos manifieste su voluntad, a fin de que, conocida más claramente, podamos acceder con mayor seguridad a tus piadosos deseos».

Se retiraron de la presencia papal Francisco y los suyos, y el santo, entregado a la oración, llegó al conocimiento de lo que debía decirle al papa. Y en efecto, cuando se presentaron de nuevo al sumo pontífice, Francisco le narró la parábola de un rey rico que se complació en casarse con una mujer hermosa pero pobre, de la que tuvo muchos hijos, añadiendo su interpretación: «No hay por qué temer que perezcan de hambre los hijos y herederos del Rey eterno...». Escuchó con gran atención el Vicario de Cristo esta parábola y su interpretación, quedando profundamente admirado; y reconoció que, sin duda alguna, Cristo había hablado por boca de aquel hombre.

Además, el Sumo Pontífice había visto en sueños cómo estaba a punto de derrumbarse la basílica lateranense y a un pobrecito que con su hombro lo impedía, era Francisco, del cuál el Papa se refirió así: «Éste es, en verdad, el hombre que con sus obras y su doctrina sostendrá a la Iglesia de Cristo».

Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula, propiedad de los benedictinos.

En 1212, el abad regaló a Francisco la capilla de la Porciúncula, pero el santo se negó a aceptar la propiedad y sólo la admitió prestada. En prueba de que la Porciúncula continuaba como propiedad de los benedictinos, Francisco les enviaba cada año, a manera de recompensa por el préstamo, una cesta de pescados cogidos en el riachuelo vecino. Por su parte, los benedictinos correspondían enviándole un tonel de aceite. Tal costumbre existe todavía entre los franciscanos de Santa María de los Ángeles y los benedictinos de San Pedro de Asís.

La pequeña orden alababa fervorosamente a Dios en y por todas las criaturas, honraban con especial reverencia a los sacerdotes, creían y confesaban firmemente y con sencillez las verdades de la fe tal y como sostiene y enseña la Santa Iglesia Romana. Estaban siempre prontos a servir a todos, especialmente a los leprosos y menesterosos.

Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajó suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta; pero el fundador les había prohibido que aceptasen dinero.
Francisco tenía la rara cualidad de hacerse querer de los animales. Las golondrinas le seguían en bandadas y formaban una cruz, por encima de donde él predicaba. Cuando estaba solo en el monte una mirla venía a despertarlo con su canto cuando era la hora de la oración de la medianoche. Pero si el santo estaba enfermo, el animalito no lo despertaba. Un conejito lo siguió por algún tiempo, con gran cariño.

Dicen que un lobo feroz le obedeció cuando el santo le pidió que dejara de atacar a la gente.

San Francisco de Asís, era un verdadero poeta y le encantaba recorrer los campos cantando bellas canciones, compuso un himno a las criaturas, en el cual alaba a Dios por el sol y la luna, la tierra y las estrellas, el fuego y el viento, el agua y la vegetación. Le agradaba mucho cantarlo y hacerlo aprender a los demás y poco antes de morir hizo que sus amigos lo cantaran en su presencia. Su saludo era "Paz y bien".

Desde Santa María de la Porciúncula, recorrían las ciudades y aldeas anunciando el reino de Dios. invitando a la gente a amar más a Jesucristo, y repetía siempre: 'El Amor no es amado". Numerosas personas, inflamadas por el fuego de su predicación, se convertían al Señor. Muchas doncellas, entre las cuales destaca Clara, se consagraban a Dios en perpetuo celibato. Asimismo, hombres de toda clase y condición renunciaban a las vanidades del mundo y se alistaban para seguir las huellas de Francisco, aumentando prodigiosamente el número de los hermanos.

Los seguidores de San Francisco llegaron a ser tan numerosos, que en el año 1219, en una reunión general llamada "El Capítulo de las esteras", se reunieron en Asís más de cinco mil franciscanos. Al santo le emocionaba mucho ver que en todas partes aparecían vocaciones y que de las más diversas regiones le pedían que les enviara sus discípulos tan fervorosos a que predicaran.
Dispuso ir a Egipto a evangelizar al sultán y a los mahometanos. Pero ni el jefe musulmán ni sus fanáticos seguidores quisieron aceptar sus mensajes. Entonces se fue a Tierra Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa visita suya los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los Santos Lugares de Tierra Santa.

Tres años antes de su muerte, o sea, en 1223, se dispuso Francisco a celebrar con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles. Hizo preparar un pesebre con el heno y mandó traer al lugar un buey y un asno. El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo.

Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad, el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.

Alrededor de la fiesta de la Asunción de 1224, el santo se retiró a Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. Llevó consigo al hermano León, pero prohibió que fuese alguien a visitarle hasta después de la fiesta de San Miguel. Ahí fue donde tuvo lugar, alrededor del día de la Santa Cruz de 1224, el milagro de los estigmas. Francisco trató de ocultar a los ojos de los hombres las señales de la Pasión del Señor que tenía impresas en el cuerpo; por ello, a partir de entonces llevaba siempre las manos dentro de las mangas del hábito y usaba medias y zapatos. Se le habían sido reveladas ciertas cosas que jamás descubriría a hombre alguno sobre la tierra.

Por las calientísimas arenas del desierto de Egipto se enfermó de los ojos y cuando murió estaba casi completamente ciego. Su salud iba empeorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaban y casi había perdido la vista. En el verano de 1225 estuvo tan enfermo, que el cardenal Ugolino y el hermano Elías le obligaron a ponerse en manos del médico del Papa en Rieti. El santo obedeció con sencillez. De camino a Rieti fue a visitar a Santa Clara en el convento de San Damián. Ahí, en medio de los más agudos sufrimientos físicos, escribió el "Cántico del hermano Sol" y lo adaptó a una tonada popular para que sus hermanos pudiesen cantarlo.

El 4 de octubre de 1226, acostado en el duro suelo, cubierto con un hábito que le habían prestado de limosna, y pidiendo a sus seguidores que se amen siempre como Cristo los ha amado, murió como había vivido: lleno de alegría, de paz y de amor a Dios.

Cuando apenas habían transcurrido dos años después de su muerte, el Sumo Pontífice lo declaró santo y en todos los países de la tierra se venera y se admira a este hombre sencillo y bueno que pasó por el mundo enseñando a amar la naturaleza y a vivir desprendido de los bienes materiales y sobre todo enamorados de nuestro buen Dios.

SAN CARLOS BORROMEO


SAN CARLOS BORROMEO
FIESTA : 4 DE NOV .

Carlos significa: "hombre prudente".
Entre los hombres extraordinariamente activos a favor de la Iglesia y del pueblo sobresale admirablemente San Carlos Borromeo, un santo que tomó muy en serio aquella frase de Jesús: "Quien ahorra su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará". Murió relativamente joven porque desgastó totalmente su vida y sus energías por hacer progresar la religión y por ayudar a los más necesitados. Decía que un obispo demasiado cuidadoso de su salud no consigue llegar a ser santo y que a todo sacerdote y a todo apóstol deben sobrarle trabajos para hacer, en vez de tener tiempo de sobra para perder.
Nació en Arjona (Italia) en 1538. Desde joven dio señales de ser muy consagrado a los estudios y exacto cumplidor de sus deberes de cada día. A los 21 años obtuvo el doctorado en derecho en la Universidad de Milán. Un hermano de su madre, el Cardenal Médicis, fue nombrado Papa con el nombre de Pío IV, y éste admirado de sus cualidades nombró a Carlos como secretario de Estado, altísimo cargo para un hombre tan joven. Y contra lo que todos esperaban, nuestro santo empezó a cumplir los deberes de su nuevo cargo con una exactitud que producía admiración. Parece increíble la cantidad de trabajo que Carlos lograba despachar, sin afanes ni precipitaciones, a base de ser metódico y sistemático en todo. Había logrado mortificar y dominar sus sentidos, y su actitud era humilde y paciente.
Era de familia muy rica (los Borromeos), y el día menos pensado su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. Muchos pensaron que ahora Carlos al quedar heredero de tantas riquezas dejaría la vida religiosa y se dedicaría a administrar sus inmensas posesiones. Pero fue todo lo contrario. Él consideró la muerte de su hermano como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a tomarnos cuentas, y entonces renunció a sus riquezas, se ordenó de sacerdote, y luego de obispo y se dedicó por completo a la labor de salvar almas.
En 1520 habían aparecido los protestantes como una señal de descontento por ciertas faltas que había en la conducta de muchos en la Iglesia Católica. Entonces el Sumo Pontífice invitó a todos los obispos de todo el mundo a una reunión que se llamó Concilio de Trento. Esta reunión se había suspendido y era necesario iniciarla otra vez para que reformara a la Iglesia Católica y le diera leyes que la mantuvieran fiel y fervorosa, y San Carlos trabajó intensamente y obtuvo que su tío el Papa Pío IV volviera a convocar a los obispos y se continuara con el Concilio. Como secretario general de tan importante reunión fue nombrado nuestro santo, y de allí salieron importantísimos decretos que le hicieron inmenso bien a la Iglesia y la volvieron mucho más fervorosa.
Muerto el Papa Pío IV, obtuvo San Carlos que lo dejaran irse al cargo para el cual lo habían nombrado hacía años, pero que no había podido ejercer por estar trabajando en Roma, el de Arzobispo de Milán (que es la ciudad que más habitantes tiene de Italia). Aquella ciudad hacía muchos años que no tenía arzobispo y la relajación era muy grande. Pero este hombre era incansable para trabajar, y muy pronto, todo empezó a cambiar y a transformarse y mejorar.
Lo primero que hizo al llegar a Milán como arzobispo y cardenal, fue vender todos los lujos del palacio arzobispal y regalar ese dinero a los más pobres. Dicen que para con los débiles y necesitados era supremamente comprensivo. Para con sus colaboradores era muy amigable y atento, pero exigente. Y para consigo mismo era exigentísimo y severo. Tenía un encargado de repartir limosnas, con la orden de distribuir todo lo que llegara. Alguien le propuso que buscara más comodidades para que no encontrara su lecho en invierno tan extremadamente frío. Él le respondió: "lo mejor para no darse cuenta en invierno de que el lecho está exageradamente frío es ir al descanso tan rendido de tanto trabajar que no nos demos cuenta ni siquiera que las sábanas están demasiado frías". Un obispo lo encontró estudiado en pleno invierno, con una sotana delgadita y le dijo: "Así se puede morir de frío". Y él le contestó: "Es la única que tengo y me sirve para verano y para invierno". Pero para los pobres sí repartía con una generosidad inmensa. Y cuando llegó la peste vendió todo lo que había en su palacio y hasta se endeudó para ayudar a los enfermos.
Pagaba muy bien a sus empleados y les insistía en que trataran con mucho respeto a toda clase de personas, de manera que todo el que llegara al palacio del arzobispo se sintiera muy bien recibido. Muchísimos sacerdotes y numerosos obispos iban a hospedarse al palacio de nuestro santo cuando estaban de viaje, porque sabían que allí eran muy bien recibidos y tratados con gran respeto y amabilidad.
Las gentes de Milán eran muy ignorantes en religión porque casi no había quien les enseñara el catecismo. San Carlos fundó 740 escuelas de catecismo con 3,000 catequistas y 40,000 alumnos.
Fundó 6 seminarios para formar sacerdotes bien preparados, y redactó para esos institutos unos reglamentos tan sabios, que muchos obispos los copiaron para organizar según ellos sus propios seminarios.
Se dedicó a visitar todas y cada una de las muchísimas parroquias que tenía su arzobispado, aun las más lejanas y abandonadas y por caminos peligrosos. En cada parroquia daba clase de catecismo y corregía los errores y abusos que existían. Si algún sacerdote no se estaba comportando de la manera debida, lo destituía y nombraba a uno que tuviera muy buena conducta.
Por sus sacerdotes estaba resuelto a hacer todos los sacrificios posibles. En cierta ocasión en que cuidaba mucho a un sacerdote enfermo, algunos comentaban que él era exagerado en atender a su clero, y respondió: "Los que critican, lo hacen porque no saben lo mucho que vale un sacerdote".
Quiso acabar con una asociación que se llamaba "Los humillados", que con el pretexto de dedicarse a vida espiritual se aprovechaban de las limosnas y se dedicaban a una vida escandalosa. Estos en venganza mandaron a un sicario para que asesinara al santo. Estando San Carlos rezando una noche junto al altar, el asesino disparó contra él. Pero la bala le pasó por debajo del brazo y no le hizo daño. En acción de gracias por haberse librado de semejante peligro, el buen arzobispo se fue por unas semanas a un convento de cartujos a rezar y a meditar y a hacer penitencia. Y la asociación de "Los humillados" se acabó.
Tuvo el gusto de darle la primera comunión a San Luis Gonzaga. Cuando el Duque de Saboya estaba muy grave fue a visitarlo, y tan pronto como el santo llegó a la habitación del enfermo, el duque exclamó: "estoy curado", y recuperó la salud. En agradecimiento, cuando San Carlos murió, el duque mandó poner una lámpara de plata junto a su sepulcro.
Fue amigo de San Pío V, San Francisco de Borja, San Felipe Neri, San Félix de Cantalicio y San Andrés Avelino y de varios santos más.
Cuando tenía apenas 46 años, sintió que sus fuerzas diminuían notablemente y que una intensa fiebre lo invadía. El Sumo Pontífice Pío V le había recomendado que no ayunara tanto y que no se desmidiera en el trabajo, pero ya era demasiado tarde. De él se podía repetir la frase de aquel sabio: "Un santo es un hombre devorado: todos tienen derecho a devorar su tiempo, a devorar sus bienes, a devorar hasta su salud, con tal de que él logre salvar las almas y conseguir que Dios sea más amado y mejor obedecido". Así le sucedió a San Carlos, y por eso murió en plena juventud.
La noche del 3 al 4 de noviembre de 1584 murió diciendo: "Ya voy, Señor, ya voy". En Milán casi nadie durmió esa noche, ante la tremenda noticia de que su queridísimo Cardenal arzobispo, estaba agonizando. El Secretario del Papa, envió un mensaje a los sacerdotes de Milán diciéndoles: "Por el Cardenal Borromeo no ofrezcan misas de difuntos, sino misas de acción de gracias a Dios por haberle concedido tantas gracias y tan grande santidad".
En Arona, su pueblo natal, le fue levantada una inmensa estatua que todavía existe.
Tenga Dios piedad de nuestras ciudades y pueblos y nos mande obispos y arzobispos como San Carlos Borromeo. Y que este gran santo ruegue cada día por los que tanto estamos necesitando de sus valiosas oraciones.